De tanto en tanto me gusta hacer algún post ajeno a cuestiones jurídicas o a noticias de propiedad intelectual pero relacionados con las vivencias que nos da nuestra profesión de abogados, que mis amigos legos en derecho agradecen.
Ya lo hice con las desventuras judiciales sufridas con mi apellido (Repita conmigo, CO-MO-RE-RA.)
Hace unos cuantos años en mis inicios en esta profesión tuve un juicio en Ceuta en el que representaba a la acusación particular. Era un asunto de propiedad industrial por venta de productos falsificados.
Como sabéis, los abogados en los juicios orales tenemos que llevar toga. Así lo dice el artículo 187.1 de la Ley Orgánica del Poder Judicial, "En audiencia pública, reuniones del Tribunal y actos solemnes judiciales, los Jueces, Magistrados, Fiscales, Secretarios, Abogados y Procuradores usarán toga y, en su caso, placa y medalla de acuerdo con su rango" y el artículo 37 del Estatuto General de la Abogacía Española. "Los abogados comparecerán ante los Tribunales vistiendo toga y, potestativamente, birrete, sin distintivo de ninguna clase, salvo el colegial, y adecuarán su indumentaria a la dignidad y prestigio de la toga que visten y al respeto a la Justicia".
Yo, como muchos de mis compañeros, no utilizo una toga propia, sino que utilizamos las togas que ponen a disposición de los abogados los respectivos Colegios de Abogados de los Juzgados en los que celebramos los juicios, que habitualmente tienen un local o sala en la propia sede de los Juzgados.
El juicio en el Juzgado Penal de Ceuta era a las 10 de la mañana. Yo, que había llegado a Ceuta la noche anterior procedente de Valladolid, donde había tenido un juicio (bendita combinación para llegar), a las 9.30 estaba en el Juzgado (siempre me gusta llegar con tiempo de sobras a mis señalamientos). Lo primero que hago es ir a buscar mi toga. Primera sorpresa, no hay local del Colegio de Abogados en la sede del Juzgado, está a unos cinco minutos andando. Vamos para allí. Segunda sorpresa, horario de apertura a las 10 de la mañana.
Llamo al Juzgado, no hay problema, todavía no ha llegado su Señoría y me esperan.
Abren el Colegio de Abogados y tercera sorpresa: me dicen que no tienen togas, que solo tienen siete u ocho y que los abogados pasan el día antes por el Colegio a recogerlas.
Vuelta al Juzgado un poquito estresado y con las primeras gotas de sudor en mi frente por la carrera, busco a algún compañero que me la pueda "ceder" sin suerte.
Le comento la situación al oficial y le pido que le transmita a su Señoría la posibilidad de celebrar el juicio sin toga, dada la excepcional situación.
La amable respuesta es que no, o consigo una toga o se me tendrá por no comparecido al acto del juicio. Sonrisita de mi compañera de la defensa.
Más gotas de sudor en mi frente.
Escaleras arriba y abajo en busca de la toga perdida.
Un funcionario del Juzgado ve la desesperación reflejada en mi cara y se apiada de mí. Me dice que su hermana es Letrada y tiene una toga guardada en su taquilla.
Veo la luz.
Pero me dice, "mi hermana es muy pequeñita y no sé como le estará la toga". En mi estado de desesperación le digo que me da lo mismo, con que me entre es suficiente.
Los que me conocéis sabéis que pequeñito yo no soy. Me la pruebo y ... al menos me entra, aunque no me puedo mover. Entro en Sala cual Robocop y bajo las atentas miradas de curiosidad de su Señoría, Fiscal y Secretaria Judicial. Y ahí aguanté el juicio, eso sí, sin moverme, no sea que saltaran todas las costuras.
Lástima que en aquella época los teléfonos móviles no tenían cámara, porque mi porte era digno de un gran selfie que puediera ilustrar este post.
Lección: Ahora cuando voy a celebrar un juicio a una ciudad que no conozco lo primero que hago es enterarme si hay problema con las togas y si es así, me la llevo desde Barcelona. La experiencia en esto de la abogacía es un grado.
Ah, la Sentencia fue condenatoria.
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